Las gestas de los dosmiles

Este post puede que os suene a los más veteranos.

Sirvió para poner palabra a una de las experiencias más bonitas que el tiempo libre haya podido regalarme. Y que, de manera extraordinariamente infrecuente, hoy se me ha vuelto a ofrecer como privilegio. Lo he retocado para incorporar los matices hoy vividos.

En mayo, unas molestias en la rodilla fueron ocasión de una bonita conversación con un fisioterapeuta.
Tras la exploración, el fisio hace unas inteligentes preguntas capaces de construir un sucinto historial de deportes practicados y del uso dado y poder diagnosticar, finalmente, algo que podría enunciarse como "rodillas de cura": una acumulación de barbaridades en marchas, itinerantes, caminos de santiago y aderezadas con muchas màs mochilas de las aconsejables.
"Demasiado que giran" dictaminó el fisio acompañándolo de una serie de recomendaciones que ambos sabemos será difícil que se cumplan porque comparte la pasión por las montañas y sabe lo que eso supone.
Apasionado de la montaña, comenzó a hablarme de sus gestas, de muchos tresmiles, algún cuatromil e incluso un cinco mil.
Tuve que reconocerle que mis gestas eran mucho más modestas y que todas estaban en el rango de los dosmiles. Pero pude explicarle que, aunque el currículum fuera mucho menos glamouroso, a esas alturas se viven cosas inalcanzables a otras superiores. 
Le hablé de Laura y de cómo hace 15 años, camino de Peñalara, logró que la montaña venciera su anorexia, aunque solo fuera por unos días, y le permitiera comer y ser feliz en el primero de los pasos de un largo itinerario hasta la sanación.
Le hablé de las rampas de Cabeza Líjar en las que Víctor encontró aprendizajes que años después le sirvieron en las rampas de una oposición.
Y no quise aburrirle con otros muchos nombres y relatos que dan sentido a tantas aventuras de tantos años.
Desde hacce dos veranos incluí una de las más grandes: coronar con Álex las lagunas del Duque.
Álex es un personaje encantador y diferente.
Prefiero este último adjetivo porque el concepto de discapacidad me resulta paradójico: yo me siento muy discapacitado en muchas cosas.
Desde luego para reconocer cuándo no puedo mantener el equilibrio y coger la mano del que llevo al lado. Para soltar esa misma mano cuando no es necesario y caminar con dignidad y con los propios medios. Para no aceptar que nadie me lleve la mochila si puedo hacerlo yo. Para no emitir queja alguna y adoptar el rictus innegociable del Induráin de los 90 quede lo que quede. Para echar la vista atrás y sacudir la mano, sin necesidad de decir nada más valorando lo alcanzado.
Hemos tardado un poco más, aunque no mucho. Y ha concluido con un momento inolvidable: Nos hemos mirado, nos hemos abrazado y tras la pausa que él requiere para cualquier expresión ha sentenciado: ¡Gracias, Josema!

Cada verano que pasa veo mas dificil tener ocasión de atacar un cuatromil. El motor ya no es el de los treinta. Las rodillas siguen girando y sumándose a las aventuras necesarias. Ahora es la piel la que dio otro aviso de los excesos de tantos años. Y, sobre todo, no parece otearse en el horizonte un verano calmado con una primavera apropiada para la preparación necesaria.

Pero, si no llegara la ocasión, en las conversaciones de montañeros, escucharé la descripción de las maravillas de la cima de un 5.000, y aportaré a la conversación las otras maravillas que se viven en el rango de los dosmiles.

Y, si me dieran a elegir, firmaría ahora mismo volver a subir con Álex a las Lagunas de Barco o las del Trampal.


Comentarios

  1. Es todo un placer leer tus reflexiones. Gracias por dar tanto y tan bueno.

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  2. La palabra discapacidad no es negativa, es la prueba de que Dios es muy grande y nos la da para mejorar y ayudarnos entre nosotros.
    Es maravilloso ver que muchas de las enfermedades se curan con unos días de reflexión en plena naturaleza.
    Gracias por estos días.

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  3. Gracias Josema. Haces del Blog un espacio de oración. May the Lord be with you...

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