En los brazos del Calvitero

La tarde del martes del campamento tiene un sabor especial por la liberación de tensiones que conlleva el final del itinerante.

Escribo con la típica música veraniega con megáfonos que suenan a lata y que deben venir de serie con todas las piscinas municipales de nuestro país.

Más al fondo la música es aún más bella compuesta por las risas, los gritos y los juegos de los recién graduados en el itinerante del Trampal.

Al fondo, presiden las montañas que nos han acogido estos tres días para regalarnos la posibilidad de contemplarlos, ahora, desde la toalla y vivir la mezcla de orgullo por la gesta y de sobrecogimiento por la magnitud que desde la distancia permite tomar de lo logrado.

Están todos bien.

Un año más, y ya son muchos, la montaña ha sido acogedora y cariñosa con nosotros y volvemos con las piernas rozadas y cuatro picaduras de avispas. Tres de ellas por la misma ejecutora que gracias a Dios no quiso aumentar la estadística, y ya.

En la entrada del valle que acoge las Lagunas del Trampal, preside el Calvitero, el más alto de todos los picachos del circo glaciar, y se abren los brazos del valle dando forma a un escenario privilegiado.

Cuando vienes con un amigo, el Calvitero parece expresar su acogida y hospitalidad con los brazos de su valle.

Pero cuando entras con 47 personas, el mismo Calvitero paece abrir sus brazos como si pidiera una explicación:

- Pero, ¿47 personas? ¿no son muchas? Nuestro valle quiere ser acogedor, pero ya sabes que para disfrutarlo hay que aceptar sus riesgos. ¿No son muchos los asumidos con un número de gente así? Algunos de ellos no parecen demasiado bien equipados... Y... ¿tienen experiencia?

Así que el primer kilómetro uno lo hace con la mirada gacha, aceptando las advertencias, y buscando el momento en el que ofrecer al Calvitero las razones de una nueva incursión de esta envergadura.

- Y hemos cerrado listas, Manuela y Miguel Ángel, de los que más conozco, se quedan con ganas inmensas de conocerte, mi querido Calvitero.

- Y mira, los que irrumpieron en tu paz hace dos años hoy viven como en presente el recuerdo de aquellos días porque saben que venimos a verte.

- Incluso llevo en la fila al hermano pequeño de alguno de ellos que quiere contrastar con su experiencia tantas conversaciones en la cena en la mesa de la cocina.

- ¡Míralos! vienen con entusiasmo, con el respeto del que sabe que la montaña no es cualquier cosa, algunos de ellos no suman más experiencia que el tramo de Viñuelas al Ferial en fiestas, necesitan descubrir todo lo que tu montaña encierra...

El Calvitero guarda silencio.

Y poco a poco, el valle parece abrir un poco los piornos para que los chicos se arañen algo menos, las rocas intentan guardar su posición y moverse lo menos posible con la pisada para evitar un traspies innecesario...

El Calvitero tiene razón con sus advertencias y el desgaste es casí más psicológico que el que acumulan las piernas. ¿Vamos bien de ritmo? ¿Se queda muy lejos Rebeca con Marta? ¿Llegamos a la parada a aquella pradera que tenía aquél regato? Ese grito... sigue acompañado de risas, no debe ser grave. Bajamos un poco aquí el ritmo, esta rampa es mala para los asmáticos. El sol va a empezar a azotarnos en breve. Tenemos que alcanzar ya la laguna, hay que reponer agua, solo queda el litro de emergencia en la cantimplora escondida. Llegamos a la parada, deshacemos el último tramo, cogemos la mochila del último... ya estamos todos.

Ya en las lagunas, el Calvitero ha cogido cariño a los visitantes. Aprecia su decisión, su falta de queja, la ingenuidad de algunas preguntas. Y, sobre todo, no puede dejar de conmoverse al ver que al llegar a la primera laguna, estallan en un ooooooo de admiración.

Nada hay más inapropiado para una montaña que no admirar sus maravillas; ni nada que no conmueva sus entrañas de roca ante la valoración de sus paisajes.

Y tras tres días, hoy estamos por fin en Béjar.

Termina esta parte del campamento y uno de los días más liberadores de la parroquia. Ni un esguince. Ni una mala caída. Ni un desmayo. Ni uno solo de los difíciles protocolos establecidos por si hubiera una evacuación de emergencia.

Cuántas gracias tenemos que dar a Dios por tanto cuidado recibido de Él.

Desde la distancia, el Calvitero nos mira con complicidad. Incluso con orgullo. A partir de ahora forma parte de sus corazones y constituye una de sus experiencias más profundas.

Termino este post. Para mirar con complicidad al Calvitero, para disfrutar  de que todos hayan llegado bien, para disfrutar de la liberación de la tensión que una aventura así requiere. Para empezar a disfrutar el itinerante reviviendo imágenes y momentos.

A mi cómplice de la montaña, sin el que hubiera sido imposible un inacabable historial de itinerantes que se han convertido en episodio decisivo en la vida de muchos jóvenes de la parroquia.

A la paz que genera saber que están en sus manos, en la certeza de que la desorientación, la imprudencia o el error es una posibilidad solo contemplable porque somos humanos; y hasta la fecha, su trabajo suplió las limitaciones humanas para aproximarlo al cuidado que procede de Dios.

A quien comparte, en silencio, estas tensiones imprescindibles para que los chavales estallen de alegría en sus itinerantes.

A Pascu.





Comentarios

  1. Enhorabuena por la hazaña y mil veces gracias por haber hecho posible que nuestros hijos hayan vivido una experiencia tan emocionante.

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  2. deseando que nos contéis todo lo que habéis visto allí arriba. Deseando ver ya a mi niño ;)

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