La sentencia

Cada año, los dosmiles generan alguna gesta digna de mención y de recuerdo.

Este año el itinerante deja como regalo una experiencia hermosa que a buen seguro será fértil para otros en reflexiones y acompañamientos.

Tiene, en su trasfondo, una amplia bibliografía de sesudísimos estudios en Psicología de la emoción y en crecimiento y madurez.

Pero el arte de los itinerantes es su capacidad de elaborar una narrativa hermosa que por lo encarnado gana en elocuencia.

Para una urbanita acreditada, esto de los itinerantes, las botas tan poco estéticas, la gorra que estropea el peinado, la mochila tan incómoda y que desfigura los hombros, son peajes de difícila aceptación.

Pero lo que es del todo intolerable para una urbanita es que el campo no tenga la mínima cortesía de responder con amabilidad a los excesos que supone para una paseante de Viñuelas tener que aventurarse en los rigores de una pista forestal.

Pues el día empezó en tragedias.

Sobrepasados los primeros 45 minutos hizo acto de presencia un caudaloso río preñado de peligros y amenazas. Para su asombro, no había escalera mecánica oportunamente dispuesta para que pudiera ser rebasado. Ni siquiera un puente que invitara a un desafío semejante.

En el colmo del estupor, nuestra urbanita escuchó atónita las indicaciones de los monitores a trasgredir las leyes de la gravedad con arriesgados saltitos de roca en roca: ¡Esto es el colmo!

Pues no lo era. Irrespetuosas, las rocas no se adaptaron a las habilidades acrobáticas de nuestra urbanita y dieron con todo su cuerpo en el fondo del río.

Para los monitores, el apelativo río ya es pretencioso y más justicia le haría el de arroyo generoso por las lluvias de este año que exige cuatro brincos mal dados para salvarlo.

Pero toda la arquitectura de resiliencia, de coraje y fortaleza quedaron disueltas en las aguas de aquél Nilo de vía estrecha.

La crisis era de tal magnitud que justificaba un estallido en lágrimas para expresar la disconformidad con un argumento propio de película de terror psicológico. Acentuado por las risas del público redobladas porque a lo cómico de toda caída en el agua se sumaba la quiebra de toda una estructura de sentido urbanita.

El Calvitero parecía querer imponer, implacable, el triunfo de la ley rural sobre la cosmopolita y regaló a nuestra urbanita, una sesión de secado exprés, en una no deseñable cuesta de un km regada por los rigores del sol de julio.

Aquello era demasiado y, en la siguiente parada, a orillas del río, regato, por mantener la proporción; las lágrimas vinieron acompañadas de la queja 

- ¡No puedo más! ¡Me voy a morir!-

- ¿Aqui? ¿en directo?, ¿quieres que llamemos a casa para despedirte de tus padres o escribimos una carta?

A nuestra urbanita, el sentido del humor parece derretírsele por encima de los 30 grados.

Pasados unos minutos, con algo más de sosiego, es posible una conversación en otros términos aprovechando la calma.

- No hay motivo para llorar por caerse al agua de un río. No está justificado. Tampoco estas rampas han sido de una exigencia extrema. Ciertamente hace calor. Pero la mayoría de las dificultades que sienten proceden de tu mente y no de la objetividad de las circuntancias.

- En cualquier caso, no te preocupes. Llamo al coche de apoyo y que te devuelva a la finca. Quedan 25 minutos de descanso. Dentro de 20 llamo con tu contestación.

La suerte de haber acompañado otras milindreces genera suficiente experiencia como para saber que devolver la decisión al implicado, suele desactivar la dinámica victimista de la queja del mundo contra uno.

Como era de prever, en el minuto veinte no hubo respuesta a mi pregunta, porque una urbanita en situación premortem al menos conservará su orgullo.

La contemplo en la distancia mientras acomete las rampas de la Laguna del Duque. Parece que está dialogando con sus sensaciones y empieza a fiarse de sus piernas.

La vigilio en la llegada a la Laguna, no llega ni mucho menos la última, se confirma que es milindrez. Y parece saborear el premio de un baño, en un sitio privilegiado, al esfuerzo realizado.

Dos tramos más para llegar al sitio donde vamos a dormir. A estas alturas de la catarsis acepta con obediencia dormir en unos pastos a la luz de las estrellas e, incluso, disfrutarlo.

En un momento tras la cena, hay ocasión de un diálogo más pausado.

- Como ves, te has mentido a ti misma esta mañana.

- ¿Por qué dices eso?

- Anunciaste tu muerte a las 12.17 y no se ha producido.

- Concluiste que no podías más y luego has hecho otros tres tramos, por cierto, dos de ellos mucho más duros. Querías volverte a casa y  ahora sabes que habría sido un error por perderte todo lo que has disfrutado hoy.

- Ya ... Son cosas que digo cuando creo que no puedo más, pero en el fondo no las siento.

- Te entiendo. Pero ¿sabes? Lo que me preocupa es que esto ya ha pasado.

- ¡Qué va, pero si es la primera vez que salgo al campo!

- ¿Estás segura? ¿No recuerdas el (episodio 1), el (espisodio 2)? No era el campo. Pero también decidiste que no se podía. 

- Ya. Tienes razón. Pero no sé cómo arreglarlo.

- Se trata de un ejercicio sencillo pero ciertamente muy complejo. Transformar las frases. No sé si vas a terminar el itinerante. Pero sí te pido que te repitas una frase: "Hasta aquí sí he podido". Repítela con frecuencia. Hasta donde llegues te servirá para valorar el esfuerzo que estás haciendo.

...

La repitió en el primer descanso de segundo día de marcha, y esas rutas sí eran palabras mayores. 

Lo hizo con una sonrisa de satisfacción y orgullo justificado al llegar a la primera laguna del Trampal... y a la segunda y a la tercera. Y se convirtió en una especie de liturgia al encontrarnos en cada parada.

- "Hastá aquí sí he podido".

Vino acompañada de un largo abrazo y un agradecimiento al pisar las piscinas de Bejar.

Y, aunque ella no lo sepa, tengo que reconoceros una lágrima de emoción por ella mientras contemplo el Calvitero.

Porque, en el fondo, todo este esfuerzo adquiere sentido cuando es posible que una frase quede convertida.











Comentarios

  1. Gracias, gracias y mil gracias porque cada año el campamento es un regalo.

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